Hoy quisiera hacer un texto sencillo para definir una personalidad
compleja, para comprender a un niño que en esencia jamás dejó de serlo y
desde pequeño creció imponiéndose retos y metas para salir del brocal
del pozo en el que se sentía atrapado. Aquel pequeño aprendió a hacer,
decir o actuar de una forma en la cual la atención siempre estuvo sobre
él, ya fuera positiva o negativamente. En mitad de aquella lucha se
movió entre sentirse superior e inferior constantemente, comparándose
incesantemente con sus iguales desde el altivo ego que modeló la coraza
que esconde su débil y verdadero yo interior.
Este joven que luchó por ser el mejor en una actividad deportiva para
la que había nacido con un don natural, huyó encomiablemente de la
escasez y encontró la salvación en la copa de un eucalipto, desde la que
su inmenso ego llegó a contemplar el mundo creyéndose el centro del
universo. Y en el citado centro universal, la pesada cortina de su ego
se fortalece entre la queja y la reactividad, pues la ilusión del ego
necesita del conflicto porque su identidad separada se consolida al
luchar individualmente por seguir siendo el centro de todo y demostrar
que esto soy «yo» y no aquel otro «yo» que venden los demás.
Cristiano el futbolista, el niño que porta en su interior genera en
todos nosotros una profunda admiración, en cambio Ronaldo el producto
nos genera rechazo, su avinagrada personalidad de genio nos impide
disfrutar al completo de su excelsa calidad. La calidad de un genio al
que Mou ha exprimido y sacado lo mejor a nivel profesional, alimentando
un ego que le sirvió para convertirse en el mejor, pero al que su
rigidez e inflexibilidad le imposibilitó la apertura y el aprendizaje
hacia la alegría, la cercanía y el crecimiento personal.
Y en esta historia de saudades sin nombre, de sauces y eucaliptos
impregnados de melancolía solo existe un camino para pisar la tierra y
volver a contemplar el mundo con los pies desnudos, alegría plena y una
pelota de trapo por montera: aprendiendo a manejar, construir y
transformar el ego. Pues en Cristiano siempre identifiqué al niño y en
Ronaldo al producto, cuyo lema preferido no es otro que el “Ego, luego existo”
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